domingo, 28 de marzo de 2010

ÉL NUNCA LO SABRÍA, NO.


Le esperaba con desesperación hasta que él llegaba y la miraba de aquella manera que ella conocía tan bien.
Le gustaba como la iba desnudando mientras le comía la boca y ella se dejaba comer y comía.
Se estremecía cuando iba bajando por su cuello con besos quedos y la acariciaba los pechos.
Su cuerpo se arqueaba con cada centímetro recorrido por aquella boca insaciable, aquella boca que quería poseerla totalmente, hacer suyo cada recoveco de su cuerpo.
Y cuando llegaba a su sexo desnudo y sentía su lengua jugando, sus gemidos la asfisiaban volviéndola loca.
Y escuchaba su respiración entre sus piernas, sentía su respiración agitada de deseo , del placer de saberla suya, totalmente suya.
El momento llegaba, ese momento en que él le sujetaba las piernas y la penetraba una y otra vez humedeciendo la sabana, humedeciendo sus sexos, humedeciendo toda su piel.
Nada existía a su alrededor, nada, solo halos de placer que los envolvían fundiéndolos en un solo cuerpo, en una sola piel.
Y él jadeaba y penetraba mas rápido y fuerte, mientras ella se corría una y otra vez, sin poder esperar, haciendo el momento mas largo, mas profundo, y el sonreí al saberse dueño de aquel canto al amor.
Cuando él explotaba dentro de ella, los dos unían sus bocas y gritaban al unísono, y entre lenguas y orgasmos se perdían del mundo que les rodeaba, olvidándose de todo, de todos. Ellos solos, nadie mas... nadie, solo ellos y su amor.
Al acabar de amarse, se abrazaban y cerraban los ojos. Él se dormía plácidamente cansado, agotado y su respiración volvía a ser suave y plácida.
Lo que nunca sabría él, seria que ella no se dormía, sino que en ese momento, su almohada se humedecía de lágrimas profundas y llenas de dolor, que brotaban de sus ojos cuando buscaba su mano y no la encontraba.
Él nunca lo sabría no.

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