Prepara la cena mientras de reojo le ve sentado en el sofá cara la televisión en silencio.
Al acabar de poner la mesa, le llama y él masculla un gruñido y se sienta sin mirarla.
Cena con el mismo silencio que le acompaña desde que llegó, solo roto por el chocar del cubierto en el plato.
Al acabar, se levanta y la mira con una sonrisa de desprecio y ella sabe lo que significa.
Subiendo las escaleras se dirige a su habitación, desde donde, poco después, sus ronquidos ensordecedores no la dejarán dormir hasta bien entrada la madrugada.
Ella se arrastra hacia la televisión y le da al botón para apagarla y despacio, con fuerza sobrehumana, se sienta en la mesa de la cocina mirando hacia le ventana con ansia contenida.
Escucha como llega el coche, se levanta, pone su abrigo, mira hacia arriba y sonríe por última vez en aquella casa, sabiendo que jamás volverá.
El día siguiente, él no va al trabajo. Dos días más tarde sigue sin acudir y al tercero la policía es avisada por una vecina, extrañada de no ver salir ni entrar a nadie de la casa.
Mientras recogen el cuerpo sin vida e hinchado ya por el tiempo transcurrido, la muestra del vino de uno de los vasos es llevada al laboratorio donde descubrirán el veneno que fue ingerido poco antes de que con un puño en alto sacudiese a su mujer y al tirarla en el suelo, se cansase de patearla.