miércoles, 21 de octubre de 2009

CON UNA BONITA SONRISA



Cada dos días, tenía la misma rutina; se levantaba y después de vestirse, salía de casa y se encaminaba a la floristería más cercana. Allí buscaba la rosa más bella y con más espinas, y se la llevaba con ella camino del cementerio.
Se arrodillaba delante de su tumba y sacaba la rosa de su envoltorio; acercaba el dedo a la espina que más sobresalía y se la clavaba con saña.
Sabía que el día en que pudiese sentir dolor al hacer esto, volvería a estar viva. Volvería a sentir su cuerpo, pues éste se había quedado insensible cuando él la dejó sola, cuando se fue un día sin darle explicaciones. Un día que salió de casa, después de besarla y ya no volvió.
Ese día había dejado de sentir por fuera, ese día había muerto con él.
No sintió dolor y cambió la rosa ajada ya, por la nueva y levantándose se alejó con el mismo rostro que la había llevado allí, con rostro de agonía.
Las tardes se las pasaba dando vueltas por la casa; entrando y saliendo de cada habitación, pues no podía estar mas de un momento en cada una; su recuerdo, su presencia la perseguía , lo encontraba en cada estancia haciendo siempre algo, con una preciosa sonrisa en el rostro, y esto la llevaba a dar vueltas sobre si misma hasta llegar al ahogo, pero sin poder salir de allí, no, no podía salir y sentirse observada con cara de pena por las gente del barrio, y menos que se le acercaran preguntándole que tal lo llevaba e intentándole dar consuelo, sin darse cuenta que con eso lo único que lograban era hacerla sufrir más.
De noche, cuando intentaba sentarse en el sofá, saltaba al mirar hacia el lado y no verle a él, con su libro en mano o viendo la tele, mientras de vez en cuando le volvía a regalar esa sonrisa que ella tanto amaba y que ahora tanto añoraba...
Pero lo peor era cuando se quería acostar en su lecho y sentir el vacío de la soledad, el vacío de su cuerpo a su lado, el vacío de sus caricias, de sus besos, de sus abrazos, de su entrega, de aquel amor tan profundo que sentían el uno por el otro...su voz, su tierna voz que le susurraba cuanto la amaba, su respirar profundo cuando se dormía agotado, el calor que desprendía su cuerpo, ese calor cálido, acariciador...
Se sentaba desesperada en la cama y con ríos de lágrimas juraba y perjuraba contra él.
No tenía derecho a haberle hecho eso. No tenía derecho a haberla matado en vida. Mientras él descansaba tranquilamente en su tumba, ella estaba condenada a vivir muerta.
Y gritaba entre sollozos llamándole en la oscuridad de su habitación, gritaba hasta quedarse afónica, hasta que de su garganta sólo salían extraños sonidos, hasta que ya no salía ningún sonido, con la cara empapada en lágrimas.
Ese día lo decidió. Así no quería seguir, así no podía vivir, aunque lo que iba a hacer la condenase a los infiernos, pues seguro que allí estaría más feliz que en ese mismo instante.
Fue al baño y cogió un cuchilla de afeitar de él, y se volvió a recostar en la cama. En ese momento, fue la primera vez que en esos meses había dejado de llorar, de gritar y una paz profunda la embargó hasta sacarle su primera y última sonrisa.
Así la encontró la policía, alertada por sus vecinos, que habían dejado de verla salir de casa un día si y otro no.
Así la encontraron , con una bonita sonrisa en el rostro y una gran charca de sangre en el suelo...

2 comentarios:

Roxana Alvarez Povea.- dijo...

trágico, pero buenisimo!!!
que gran muso inspirador, es el amor no importando si es acompañado de dolor de inmaduréz de muerte... lo importante es que sólo es él el amor.-

Carmela dijo...

Meniña, que romántica eres.
Me emocionan tus comentarios.
Biquiños