lunes, 26 de octubre de 2009

LA LUZ DEL HORIZONTE ME HIZO SENTIR NOSTÁLGICA


El crepúsculo había sido siempre su hora predilecta.
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Es verdad que la gente más dinámica y poderosa prefiere los amaneceres, llenos de fuerza y energía y que este momento del día goza de mejor reputación. Pero ella siempre sintió una atracción incomprensible por los atardeceres, los días lluviosos y grises, los verdes de matices infinitos, los líquenes, el musgo, a morriña, e tamén a maxia de lusco e fusco.
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En su tierra natal también había verdes; los del sol plateando el follaje de las arboledas, transformado en clorofila de luz; los de la vegetación del delta de las islas del río Panamá; los del trigo y el maíz brotando en kilómetros interminables de sembradíos en las llanuras, bordeando las carreteras. Los iridiscentes verdes de los colibríes que había visto anidar nacer y revolotear en su jardín , también verde.
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La naturaleza se había introducido en su alma como el gran amor - la madre primigenia, pacha mama querida-- de la mano de su padre, el que emigró desde estas mismas costas de Vigo, con su tía, a los cinco años, para reencontrarse con sus padres, quienes también habían marchado cuando él era un bebé, buscando un horizonte de mejores posibilidades.
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Los recuerdos retornaban entremezclados con las palabras del discurso de la Consul de Argentina, que leía ese 12 de octubre de 2007, ante autoridades locales y provinciales, cuerpos consulares, invitados y curiosos, en torno al Monumento del Encuentro entre dos Mundos, a los pies de la fortaleza de Monterreal- la inmensa escultura realizada en granito cuyas figuras cuentan tantas historias diferentes, que son, sin embargo, casi la misma historia: Galicia, emigración, América, el retorno...alrededor de la esfera del mundo. Y dentro de la esfera- todas como una unidad-las muestras de tierra traídas de los 22 países iberoamericanos.
Ella pensaba en ese continente del que hablaban y de lo lejos que se encontraba ahora.
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"! Tierra a la vista!", había dicho Rodrigo de Triana.
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La tierra donde había nacido y crecido no se podía ver ni con un catalejo de última generación, subida a las torretas del majestuoso Castillo de Monterreal, hoy convertido en el Parador Nacional de Turismo Conde de Gondomar, que se eleva , desafiante, sobre la ría de Vigo y los verdes valles del río Miño, en el municipio de Baiona. Miles de kilómetros de océano y siete años se había diluido como la brisa en un día de bochorno, dejando el mal sabor de las pérdidas paternas,, de los abrazos huecos y el cariño lejano.
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"La bienvenida, la confraternidad de nuestros pueblos...", seguía enumerando el discurso, mientras desfilaban, nítidas, las imágenes de aquel otro tiempo que fue: de la niñez en un país añorado, de la adolescencia en un país temido, de la juventud en un país incomprensible, de la madurez que la empujó a emigrar de un país subrrealista y retornar á terra nai.
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El sol también emigraba hasta el próximo día...
Ya todos habían terminado los discursos y se retiraba la comitiva seguida de aplausos, para continuar el acto conmemoratorio en instalaciones del Parador.
De repente, sintió como una fresca brisa la rodeaba y la acunaba meciendo sus sentires. Comenzó a subir hasta el castillo, envuelta en el consuelo de las memorias de aquellos cuyas vidas se apagaron en otra tierra.
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En el ocaso, quedó, sin embargo, una sombra cálida, oteando la lejanía. Una sombre desprendida de los recuerdos, una sombra paterna y protectora, que a la luz del horizonte sintió nostalgia por aquello otros hijos y nietos que quedaron velando sus huesos, allá a lo lejos, mientras su esencia regresaba a casa.
Cuento ganador del mes de junio de la revista Bahía.
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MARIAN MUIÑOS

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