domingo, 28 de febrero de 2010

OJOS DE ANTAÑO


Iba a decir hoy, pero ya fue ayer, cuando salí a mi terraza mientras amanecía. Me gusta ver, como de la oscuridad de la noche, las siluetas de mi barrio, van cogiendo forma y color.

Las casas de mi barrio, estas que veis aquí, son las mismas que mis ojos de niña vieron.

Aquí me trajeron con tres meses de edad, y aquí crecí, y ahora mis ojos la contemplaban con ojos de antaño.

Es curioso, pensé, el hecho de que halla cambiado tan poco, es más, es el mismo paisaje que veía de pequeña.

En estas casas viven matrimonios, con hijos que crecieron conmigo, que jugaron conmigo correteando entre fincas... es como si el tiempo no hubiese pasado por aquí, como si la imagen se hubiese momificado.

Comencé a recordar la cara de cada uno de ellos, y lo curioso es que la gente que yo veía mayor, cuando yo no lo era, tiene el mismo rostro...no ha cambiado apenas. Pero también recordé otros rostros que ya no están, que curiosamente, en el plazo de muy poquitos años, se fueron juntos.

Ahora mis ojos iban creciendo como mis recuerdos y las caras de aquellos que habían crecido conmigo , que volvían los fines de semana a estar en sus casas, con sus padres, acompañados de sus propios hijos, niños que ocupan nuestro sitio correteando por los mismos jardines, fincas...y los ya no tan niños, con edad para venir en sus coches a visitar a sus abuelos.

La luz del amanecer dio comienzo a un nuevo día, mientras yo, desde mi terraza lo saludaba con ojos de pasado.

Pensé en esa "tormenta perfecta" que pasaría sobre mi barrio, y recordé otras tormentas que ya lo habían hecho antes... tormentas que no consiguieron siquiera cambiar un poco el paisaje que contemplaba... Quizás el color de alguna casa, o una buhardilla añadida, era lo único nuevo, pero por decisión de sus dueños, no de ninguna tormenta con nombre ni siquiera apellidos.

Y allí me quedé hasta amaneció totalmente y sonreí al darme cuenta, de que lo que menos había cambiado, eran los pequeños jardines situados delante de esas casas, jardines con sus mismos setos, plantas que sus dueños cuidaban con esmero, sobre todo en primavera y verano en los que se llenaban de un colorido impresionante.

Y miré el jardín de mi casa y ya no sonreí. Había sido el jardín mas cuidado de todos, en el que mi madre se pasaba horas todos los días en medio de lo que a ella más le gustaba... sus flores.

Jardín medio abandonado, donde sólo parte de sus plantas se conservaban...sobre todo aquel camelio del que ella se sentía tan orgullosa. Camelio que injertaba y creaba nuevos camelios, que poblaban la mitad del pueblo y las aldeas, regalados por ella.

Ahora volví a sonreír pensando en la cantidad de plantas y arbustos que mi madre había sembrado por todas partes, no sólo en su jardín y huerta, sino en la de tantas y tantas personas...en la entrada del cementerio de Vilanova, dónde ella también había dejado parte de su legado colorido...incluso aquella vez que de noche, se fue a un parque del pueblo y plantó un arbusto con la picardía de saber que aquella planta crecería allí y le pertenecía.

No quise recordar ya más. No porque tuviese sueño, que aún tardó mucho en llegar, sino porque si seguía pensando me iba a dar cuenta de que mis ojos ya no eran los de antaño, y que había crecido y que había tenido hijos, y que mi cara estaba surcada de arrugas y de que....allí estaba de nuevo, viviendo en el mismo barrio, con la misma gente.

La famosa tormenta, que al final del día, no fue lo que temían que fuese, paso de largo, sin dejar ni el más mínimo cambian en mi barrio. Quizás lo único que logró, es que yo saliese a mi terraza y mirase con ojos de antaño el mismo paisaje.


Fotos: Carmela

No hay comentarios: