Sabía que los sentimientos nacían de fábrica con cada persona, pero aunque variaran de grado, siempre eran los mismos. No había sentimientos desconocidos, ni reacciones únicas de un sólo ser, y mucha gente compartía la misma intensidad a la que se podía llegar en cada uno de ellos.
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Nada estaba por inventar, nada. Por más vueltas que le dieran, eran siempre los mismos: amor, dolor, alegría, ira, tristeza...Fuesen los que fuesen, ella sabía que cabían y vivían en el alma o corazón de cada persona por muy diferente que se creyese o única.
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Pero esa noche se sorprendió. No por lo que sentía, pues no era nada nuevo y le acompañaba muy a menudo, sino por su explosión ante ello
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El deseo de llorar brotó de su alma dolorida. Quería desahogarse como lo llevaba haciendo día tras día, semana tras semana, mes tras mes... Pero ese día fue diferente...
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Sintió la fuerza del dolor nacer de dentro y querer salir por sus ojos humedeciéndo su cara. Y las lágrimas comenzaron a asomar a su triste mirada.
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Mas no sintió como corrían por sus mejillas, sino que cayeron directamente sobre su pecho, sobre su cama...
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Asombrada, acercó el dedo a una de ellas, y así que la rozó, esta se deshizo en polvo.
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Estaba llorando lágrimas secas, si, secas. Y se preguntó si a alguien alguna vez le había sucedido eso, si existía tal reacción ante el dolor o había sido creadora de un nuevo sentimiento con un nuevo desahogo.
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Pero lo único que supo, es que sus lágrimas no eran transparentes, ni saladas, ni calientes, ni húmedas. Sus lágrimas eran secas, si, secas como el polvo.
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Y las fue recogiendo hasta formar un caminito con ellas, y enrollando un papel, se hizo un pequeño tubito, que colocándolo en la nariz, le hizo soñar de nuevo que había llorado lágrimas secas...secas y blancas.
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Foto: Carmela
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