sábado, 19 de diciembre de 2009

TENÍA FRÍO, MUCHO FRÍO...


Tenía frío. Llevaba todo el día sintiendo ese frío que no lo provoca el tiempo, sino el frío que nace dentro de uno mismo, que no solo te congela los huesos, sino también el alma.
Y sentía frío en su rostro húmedo por tanta lágrima, frío en sus dedos inmovilizados, frío, mucho frío.
Estaba sola en casa y mecánicamente se dirigió a la sala. Vio la estufa de leña y sintió nostalgia.
Poniéndose en cuclillas comenzó a meter leña dentro, como había hecho el año pasado, tantas y tantas veces.
Metódicamente, colocó los leños y les prendió fuego.
Se quedó extasiada mirando como las llamas iban cogiendo fuerzas y se elevaban. Esas llamas que durante tantas horas la habían dejado de igual manera, con la mirada fija en ellas, hipnotizada, viendo su baile entre macabro y relajante.
Nadie sabe lo que tiene el fuego, solo se sabe que es algo que logra levantar mil pensamientos y sensaciones, recuerdos...si, recuerdos.
Y recordó aquel calor tan reconfortante que había sentido un año antes, cada vez que se quedaba allí, mirándolas, tumbada mientras la felicidad le acompañaba.
Si, era feliz, todo lo feliz que puede ser cualquiera cuando se siente simplemente bien, tranquila, serena.
Ahora no lo era y buscó que ellas la llevarán allá, con su magia, a tiempos pasados, a sensaciones pasadas, a sentimientos pasados y borrara aquel frío de su rostro y de su alma.
Se recostó en su tumbona, aquella tumbona nueva, que le habían obligado a comprar para sustituir a la vieja.
Se recostó y espero la magia, mirando fijamente hacia el cristal que las guardaba.
Miraba y pedía deseos, como si ellas la pudieran transportar a otros días, a aquellos días que atrás habían quedado.
Su rostro dejó de mojarse mientras los ojos se le iban entornado y cerrándolos comenzó a sentir calor en su alma también, mientras sentía su abrazo, su protección, su voz...mientras se sintió feliz de nuevo hasta que la puerta se abrió y su hija la volvió a la realidad.
La miró y le sonrió. Ella nunca se daría cuenta, nunca.
El aire comenzó a faltarle, y con una disculpa, se marchó a su habitación donde el frío volvería a congelarle el rostro y el alma.

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