viernes, 20 de marzo de 2009

LA CASA DE MIS ABUELOS

Yo tenía un abuela, que vivía a no muy lejos de mi casa, en una aldea. Tenía un tienda de esas de las de antes, con mesas y sillas donde se podía jugar una partida , mientras se tomaba un vino o ver la televisión, al mismo tiempo que comprarse un pollo o una tableta de Otolidones.
Casi no la veía nada, pero cuando llegaban las fiestas , invitaba a todos sus hijos y nietos a comer allí durante tres días consecutivos.
Todos los pequeños estábamos a la espectativa de que llegara ese día, pues nuestros padres nos daban el permiso de dormir allí y la aventura comenzaba.
La casa era de dos plantas. En la de abajo entrabas por la tienda, pintada de color verde y con serrín en el suelo. Al lado estaba la cocina dónde con sus manos maestras, hacia que un triste pollo supiese a manjar. Le seguía un pequeño pasillo que iba a dar a un gran almacén cargado de todas las cosas que uno se puede imaginar; sacos llenos de comida para animales, donde los nietos hacíamos escaladas quedando todos blancos, amarillos, según el pico que alanzásemos; patatas, cajas de gaseosas, y al final unas jaulas llenas de gallinas ponedoras donde lo más divertido era ver como iban callendo los huevos en una canaletas que las bordeaban.
A la izquierda estaba uno de mis dos grandes terrores que hacían tan misteriosa aquella casa y donde el morbo me sobrecogía; una gran porqueriza donde nunca faltaba una cerda inmensa rodeada de cerditos pequeños a los que yo tenía terror y donde no había más remedio que entrar si querías ir a orinar, pues allí estaba el water, sucio, que sólo constaba de una pileta donde lavarse las manos y un plato en el suelo con sitio donde poner los pies y ponerse en cuclillas .Me acuerdo la primera vez que vi ese invento, y que colocándome al revés, orine hacia la puerta. Ay!, aquel olor a pis y a cerdo...
En la taberna había unas viejas escaleras que subían hacia el piso de arriba que constaba de tres habitaciones que yo recuerde, un baño y una sala. En una de esas habitaciones era donde pasábamos la noches los 5 o 6 nietos que quedamos a dormir, y como podíamos nos colocábamos como sardinas en lata para no dormir en el suelo. La casualidad era que la pera de la luz de la habitación siempre estaba estropeada, aunque la verdad, era tan poca la fuerza de corriente que tenía la casa que aún con luz andabas en penumbras.
La sala, ay la sala! constaba de un mueble viejo y destartalado y tres sillas puestas sin orden ninguno, pero lo más interesante, era el gran agujero que había en el suelo, que estrategicamente habían tapado con una alfombra, para que no se viera, era el peligro mortal que nos sobrecogía a todos, pero.. cuantos cajones tenía llenos de cosas misteriosas donde yo me perdía revolviendo...
En el cuarto de baño era casi tan imposible orinar como en el de abajo, pues las cañerías estaban siempre atascada y flotaban mil cosas perdidas, así que nos íbamos al almacén y dejábamos huellas de nuestro estar allí, por todas partes.
La habitación de mis abuelos constaba de un viejo armario lleno de sabanas bordadas y cuatro piezas de ropa vieja, pero, allí descubrí por primera vez un objeto que me dejaba absorta mientras le daba vueltas de un lado a otro; una bola de cristal con un bonito paisaje dentro, lleno de nieve que caía según la fueses moviendo. De ahí mi afición por ellas desde pequeña, pero, ya no son como las de antes...
Y por último, en aquella planta estaban otras escaleras, ains, unas escaleras que llevaban al ático donde ningún nieto , que yo recuerde, jamás fue capaz de subir ni el primer escalón, por temor a encontrarse algún monstruo o el fantasma de mi tío, muerto hacía muchos años.
Allí, pasábamos tres días, riendo, jugando o lo más divertido, abriendo las tabletas de chocolate, para saber cuales eran las premiadas y cual era el regalo; después las volvíamos a cerrar matando así, nuestra curiosidad.
Las mil y una trastadas que allí hacíamos, es uno de los pocos recuerdos felices de mi niñez. La libertad de perdernos por todos aquellos recovecos, cruzar la carretera para ira al río, que servía de lavadero... y por último; los grandes bocadillos que nuestra abuela nos daba de media barra de pan con un gran trozo de chocolate del gordo dónde era imposible meter el diente.
Mi abuela, a la que yo recuerdo con sus grandes pechos, su pelo blanco y su cara dulce, que cuando hablaba con nosotros siempre lo hacía con cariño, y cuando lo hacía con los demás salían de su boca siempre palabras sobre la vida y la importancia de los sentimientos...

No hay comentarios: