Era tan fuerte la angustia que sentía que ni de pié se podía aguantar. El estomago era un puño cerrado, las piernas le temblaban, los brazos colgaban inertes y el cuello apenas podía sostener su cabeza. Estaba quieta, paralizada de pie; sus ojos no miraban, sólo sentía esa sensación que la roía.
Poco a poco se dejó caer en el suelo hasta quedar de rodillas; apoyó sus muslos en los piés, y bajó su cabeza hasta las rodillas; los brazos caían hacia atrás sin fuerzas y dejó que el peso de su cuerpo la fuese encartando.
Se setia mejor, no dejaba de sentir la angustia , pero al menos no la molestarían donde se encontraba. El vientre de su madre la protegería.
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