miércoles, 12 de agosto de 2009

SU TRISTEZA... LA MÍA DOS


Desde aquel día en que había dejado la puerta abierta a su amigo abandonado, esperando compartir su soledad, la vida llenó las paredes de aquella casa. Al despertar allí lo tenía a su lado, abriendo los ojos con ella, y sonriéndole con la mirada. Eso la hacía feliz tanto como al animal que esperaba. Su desayuno era compartido y su paseo matinal por las calles aún solitarias por lo temprano del día. Se sentaba en el parque, mientras el animal olisqueaba o jugaba con algún otro que encontraba por allí, pero nunca la dejaba fuera de su vista; desde la distancia la observaba y ella se sentía observada. Aún el miedo al pasado dejaba huella en su corazón herido y el temor de perderla le azotaba, así que, tan pronto como ella se levantaba del asiento , él corría a su lado, pero sin collares, sin lazos que le ataran, no hacían falta, no se perderían el uno del otro jamás. De noche se sentaban juntos en el sofá y , mientras ella leía, el reposaba su cuerpo, dormitaba, se levantaba y se veía en su mirada, la mirada de un perro feliz, un perro satisfecho. Ella lo sabía y compartía con él esa felicidad; hasta hacía poco, no había tenido a nadie a su lado, el silencio invadía toda la estancia y sólo el ruido de sus movimientos era lo único que lo rompía. Así pasaron el verano, felices, compartiendo sus amaneceres y sus anocheceres. Ese día, fue como otro cualquiera; salieron de su casa camino al parque. Al llegara allí, ella se sentó con su libro en la mano y se perdió entre sus páginas. El se fue alejando poco a poco, olisqueando, buscando algún canino con quien jugar. No sabe lo que pasó. De repente saltó de su asiento y el temor la atenazó. Algo había pasado. Miró a su alrededor y no vio a su amigo. Caminó asustada, intentando no pensar en lo peor, y mientras avanzaba su corazón se encogía. Lo vio a lo lejos y se fue acercando mientras su temor hacía temblar todo su cuerpo. Vio como unos niños lloraban cara su padre pidiéndole a gritos que les dejara llevar a Tomy a su casa, que ya habían estado todo el verano sin él y que le querían. Vio a su padre protestar, mientras les decía que era un estorbo, que estaban bien sin el. Y vio como la madre intercedía por los niños mientras acariciaban al perro, el cuál saltaba de alegría y les lamía sin cesar. Vio como todos se metieron en el coche y cerraban la puerta y como su amigo, desde la ventanilla trasera, la miraba mientras se alejaba. Se quedó paralizada. Al cabo de unos minutos interminables, dio media vuelta y se fue hacia su banco, recogió bolso y libro y se encaminó hacia su casa. Después de todo, ella había tenido un momento en su vida y él la había tenido también en la suya. Sólo esperaba que el siguiente verano, le abandonaran dónde alguien con corazón le diese acogida en su casa y todo el amor que ella le había dispensado. Esa fue su primera noche de lágrimas a la cual siguieron muchas más...

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