viernes, 28 de agosto de 2009

MI ALFOMBRA


Esta noche, una gran tempestad acompañaba mi insomnio. El agua y el viento batían contra los cristales de mi habitación. Parecían que iban a estallar.
El ruido me ensordecía pero no era eso lo que más me preocupaba, sino mi refugio perdido en medio del mar, a dispensas de seguro un gran oleaje que lo estaría destrozando por completo.
Cerré los ojos y me quise transporta allí; quería salvar algo, algo que me dejase un recuerdo de todos los momentos felices pasados en él.
Me costaba luchar contra la tempestad y llegar a él. Luché con todas mis fuerzas cerrando mucho los ojos y deseándolo con toda mi alma.
Cuando llegué, me encontré de pié en una roca mojada y fría; no había ya refugio. No estaba ya el lecho, ni la chimenea, ni la guitarra, ni él. Mis ojos lloraban por haber perdido mi escape, mi único refugio en dónde yo me encontraba a salvo de todo peligro, dónde unos brazos me protegían de todo mal y me daban la tranquilidad de no sentirme nunca sola.
Miré al mar, y cerca de la roca, flotaba mi alfombra, dónde tantas y tantas noches me había recostado y sentido amor. La saqué del mar y la coloqué así, mojada sobre la roca vacía. Me recosté en ella y, a pesar del frío inmenso de la noche, del agua y el viento, fui feliz de sentirla bajo mi cuerpo, de tocarla con mis manos, de saber que aunque sólo fuese ella, algo quedaba de aquel curruchiño que yo tanto amé.
Ya no me importaba que hubiese tempestad, ni que las olas cada vez fueses más fuertes; sólo deseaba que me llevasen con ella, con mi alfombra, aunque fuese al fondo del mar. Cerré los ojos y me deje perder en sueños pasados, pues ya no tendrían cabida nuevos sueños en mi vida.

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