martes, 14 de abril de 2009

VOLAR

Acostada en su cama, veía el vaivén de las cortinas mecidas por el viento que daban al balcón. Se oía el sonido del mar, el romper de las olas en la orilla, el silbar del viento entre las palmeras que poblaban el paseo, donde se oían las voces de una pandillas de jóvenes ávidos de vivir la noche.
Con espíritu cansado intentaba absorber todos aquellos sonidos a la espera de recibir un mensaje y, levantándose de la cama, se dirigió al balcón, donde la noche la envolvió; la paz de una ciudad cansada del movimiento diurno.
Estaba a seis pisos de altura y el viento le daba en pleno rostro; un viento que olía a mar abierto, a noche de luna llena.
Su deseo de volar , de planear como gaviota fue tan grande que, subiéndose a la barandilla que la separaba del vacío, se dejó caer, mientras una sonrisa se dibujaba en su cara; esa sonría que allí seguía mientras recogían sus restos del suelo para asombro de quien fue testigo.

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