viernes, 27 de febrero de 2009

ROSAFLOR


La rosa.

Allí me quedé sentada, pasaban las horas y mi espalda estaba destrozada. A mi lado estaba el escaparte y yo no podía dejar de mirar con desconsuelo el color de aquellas flores tan armoniosamente colocadas, sobre todo la de aquella bella rosa. Mientras la gente pasaba a mi lado, dejando caer una pequeña ofrenda a mis pies que yo aceptaba con mudo agradecimiento.
Dependiendo de la hora que fuese, había más gente circulando; unos pasaban de largo sin apenas mirada y otros me ofrecían un gesto de consuelo y, poco a poco el pañuelo que yacía a mis pies se fue llenando . Pero mi triste ánimo no mejoraba, es más, cuando mayor era su ofrenda mas aumentaba mi desconsuelo y éste se adentraba profundamente dentro de mi cerebro embotándolo cada vez más.
Mis ojos se perdían a veces viendo el transcurrir de la gente; en sus movimientos y en sus caras cuando se acercaban al escaparate asombrados de su belleza, pero la rosa del medio, era la que más comentario llevaba, allí estaba, estrategicamente colocada. A continuación, su mirada se dirigía a mi con complicidad.
Unos se iban y otros se sentaban en lo bancos cercanos y entablaban conversaciones amenas y hasta se podía decir, por sus ademanes y voces,que eran divertidas. Al termidar unos seguían su camino, pero los que más, se acercaban al banco de enfrente y continuaban las conversaciones.
Yo apartaba mi vista de ellos y, cuanto más pasaban las horas, más me molestaba su presencia, pero yo no podía alejarme de allí y mi mirada volvía a perderse.
Fue oscureciendo y los bancos se iban quedando vacíos. El silencio comenzó a invadirlo todo poco a poco; sólo algunos se resistían a marchar como temiendo dejarme sola, pero mi pañuelo estaba rebosante ya; no quedaba esquinita sin cubrir y yo sólo deseaba recogerlo del suelo y volverlo a colocar en el sitio de donde había salido.
La noche llegó, y con ella el temor de saber que poco tiempo me quedaba ya. Mis ojos no podía dejar de mirar aquel escaparate y comenzé a temblar con horror el movimiento de ramas y petalos dentro; habían puesto el aire acondicionado, condenandolas a pasar frío, para guardar su hermosura para que al día siguiente estuvieran igual de bellas para disfrute de la gente que allí se acercara. Me acordé del daño que hacía a aquella rosa el frío , al que temió toda su vida y ahora allí estaba sin poder hacer nada. Me alejé mareada dirigiendome al banco cercano donde cerré los ojos con fuerza para intentar olvidarme.
Comenzó un nuevo día; la gente comenzó a llegar de nuevo .Yo me dirigí de nuevo a mi lugar y allí me volví a sentar.
No sé como paso todo, guardo vago recuerdo de ese momento. La gente se comenzó a agolpar en mudo silencio entorno al escaparete. Se fué abriendo un camino, por el que un niño vestido de monaguillo y el cura de la parroquia se iban acercando comenzando su perorata. YO comprendí que había llegado el fin de mi estancia allí y con desesperante inquietud, clavé mi mirada en aquella rosa, intentando guardarla muy dentro de mi.
Había llegado el momento y así, le dije adiós a Rosamadre, mientras cerraban la cortina tapando su rostro para siempre, aunque nunca lograrían que saliera de mi recuerdo.
Recogí mi alma del suelo, doblando bien sus esquinas para no dejar caer mi consuelo y, mirando al frente la seguí en su último paseo.

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