Soy gaviota sobre el mar congelado, en un gélido invierno.
Mis alas cubiertas de escarcha ya no osan moverse tras la
primera intentona.
Miro hacia abajo, buscando la suave línea plateada de aquel
suculento manjar que sé maná, y picoteo
la dura capa, espejo infranqueable hacia la supervivencia.
No oso llorar, pues mis lágrimas acabarán siendo perlas
incrustadas en la barrera que tanto odio.
No volar… no llorar …
pero yo deseo, tanto deseo…
Encojo mis patas y bajo la cabeza esperando un milagro.
Anochece y un marinero
tropieza conmigo. No hay peces, pero sí gaviota.
Foto: Carmela
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