viernes, 10 de septiembre de 2010
¿ POR QUÉ A MI?
María se despertó esa mañana con un dolor muy especial bajo el vientre.
El niño llevaba dos días quieto, sin moverse y ella sabía lo que eso significaba.
Su rostro expresaba tristeza, tristeza profunda, mientras se calzaba con trabajo las zapatillas y se dirigía hacia la habitación de su madre.
Mientras se arrastraba, recordaba las palabras de esta, delante del féretro de su marido, muerto dos días después de saberse embarazada.
-No te preocupes hija mía, yo estaré contigo el día que el niño venga y te daré la mano y le daré por él, el primer beso que reciba en este mundo.
A María esas palabras le golpeaban en la cabeza hasta hacerle más daño que las contracciones que cada vez sentía más fuertes y juntas.
Abrió la ventana de la habitación de su madre. Sabía que tenía que dejarla lista antes de marchar. No tenía a nadie que le ayudase ni lo necesitaba. Llamaría a un taxi cuando terminase.
Miró a su madre tendida en cama desde hacia tres meses, tras un derrame cerebral, inmóvil, vegetal y las lágrimas brotaban de sus ojos como manantiales, mientras se sujetaba más fuerte el vientre dolorido.
Se acercó y al ver aquel rostro desencajado, se quedó paralizada y supo que ya no tenía nada que preparar.
Su corazón no sintió. Sus ojos se secaron, su rostro pálido como la muerte allí presente, no tenía expresión.
María cruzó la habitación y dirigiéndose hacia la puerta salió a la calle.
Caminó arrastrando los pies aquella mañana fría de otoño, entre la niebla y árboles fantasmales como alma en pena, encogida sólo por el dolor cada vez más insoportable.
Por sus piernas caían ríos de sangre que iban dejando rastro de animal herido.
Cuando María llegó a la vieja puerta fría y húmeda, la empujó y entro ya casi de rodillas.
Aquel pasillo fue el recorrido más duro de toda su vida, incluso más que cuando siguió el ataúd de su marido hacia el cementerio,
Al llegar a los pies de aquel Cristo crucificado, su rostro desencajado abrió la boca por primera vez y de su garganta un grito desesperado surgió haciendo temblar a los mudos espectadores de yeso que inmóviles presenciaban la escena.
-¿ Por qué a mi?
Y allí mismo, en el frío suelo de mármol, María parió a un niño al que le pusieron de nombre...
Foto: Carmela
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
14 comentarios:
Alucino con tu creatividad, eres buenísima
Jo, Carmela, me has dejado helada!
Qué desoladora puede ser la muerte
Un abrazo calentito
Hay tantas injusticias que golpean siempre a las mismas personas y que nos hacen cuestionar la bondad del que está (o dicen que está) arriba...
Saludos y buen fin de semana.
Golpean tantas injusticias que sabes plasmar muy bien en tu escrito.. me quedo en silencio ante tanta muerte.
Un abrazo
Saludos fraternos... de siempre..
Que pases un bello fin de semana..
Que triste...
ufff,
Me gusta la última frase: "...María parió a un niño al que le pusieron de nombre..."
Suena esperanzador.
Besos y sonrisas.
Que fuerte imaginería presentas, lo percibo en niveles Buñuelianos.casi ensordece la música de órgano que revela ésta lectura,un relatazo.
Sin crear, ni el mundo existiría querida anónima.
Pon en marcha tu blog y ya verás que fácil es.
Un biquiño.
Anita, la vida es muy cruel.
Tanto que siempre habrá una historia de estas de la cual sabrás y nuestras historias quedarán pequeñitas...
Un biquiño niña.
Rubo, así es.
Hay momentos en la vida, que parecen que se unen todos los demonios e infiernos jugando contigo.
Los dioses se toman un descanso :)
Un biquiño en comisura de labios guapo.
Adolfo, plasmar si que plasmas tu bien tantos y tantos sentimientos y de una forma tan genial que impacta.
Encantada de leerte meniño.
Un biquiño picarón en medio de ese abrazo fraterno.
Juan Carlos... si, me gustó ese fin sin fin.
Queda para vosotros ese nombre.
Un biquiño fermoso.
Janosize, cuanta tristeza hay en tantas vidas... Y dicen que la vida es así...
Un biquiño
Carlos, mestre, me ruborizas con tus palabras.
Un abrazo muy fuerte y gracias por todo lo que me estás enseñando.
Biquiñossssss
Publicar un comentario